3/02/2009

Fragmento de mi novela

Con Veneno en la Piel y un Six de Paraísos Desechables (fragmento)

Por Gatote Petrus

La clave fue llevar mis bongoes a la playa. Cargar estos tambores resultaba un carga extra que me obligó a empacar la casa de campaña chica en lugar de la grande. Tuve que escoger entre el confort que brinda una tienda de campaña diseñada para cinco y la popularidad que te ganas como músico. Y es que el hábito si hace al monje, el simple hecho de caminar portando un instrumento de percusión ( o cualquier otro), ya te brinda de por si un aire interesante. Más en una playa nudista donde no puedes calificar a la gente por su atuendo. En lugares como este brillan más los detalles corporales, como el modo de caminar y de pararte y claro, también los accesorios que portas.

Fueron doce pesadas horas de camino para llegar a esa bahía donde se rinde culto a la desnudez. No pude dormir más que contados ratos, en parte por el nerviosismo propio de un primerizo y en parte porque me tocó viajar como huevo de perro...hasta atrás. Al llegar tenía la apariencia de un chilango en fuga cargando a cuestas una cruda colosal. Pero conforme fueron a pareciendo en el horizonte esas manchitas color carne me fui sintiendo mejor, a cada paso las siluetas femeninas se iban definiendo y mi peso aligerando. Que be-lle-za! El mejor ganado europeo y sudamericano chapoteando en el mar verde turquesa y asoleando sus formas libres de ropa. Sí, el 99.9% andaba encuerado (yo era ese 0.1% que permanecía vestido). El mejor paisaje carnal que he visto; sobre la arena las toallas lucían como camas donde varias parejas se regalaban caricias, besos, masajes y francas cachonderias: lo mismo veías a una vikinga rubia frotarse furtivamente en medio de sus portentosos muslos, que a un pelirrojo palmarle las pelotas a su pareja. Dos hermosas negras unían sus pezones al tiempo que se entregaban un beso, más acá una pareja nórdica inventariaba táctilmente los motivos que los llevaron a enamorarse, recorrían sus cuerpos blancos como el esperma con golosa apertura.

Me agarró la loquera, puse mi enorme mochila en tierra y procedí a liberar mi modesta humanidad de su envoltura. No tengo un cuerpo atlético pero poseo algo que no garantiza ningún gimnasio: Aplomo y una pizca de valemadrismo. Cuando llegue a la zona de enramadas comencé a preocuparme, colgando de las hamacas había racimos enteros de chilangos, todos hombres, todos solos y ansiosos, aferrados a una caguama como para sobrellevar la calentura. Esto significaba que para lograr ligarme alguna extranjerita tendría que vencer la competencia de unos paisanos igual o peor de mañosos que yo. Pero me tranquilizó que mirándolos con detenimiento te podías percatar de que se hallaban francamente varados a un lado del oleaje nudista. Algunos portaban bermudas con escudos de equipos de soccer, lentes obscuros como para maquillar la timidez y no faltaba el voyeour cobarde que prefería espiar detrás de unos insípidos binoculares. Nada como apreciar un buen Close up de unas firmes nalgas cariocas o germánicas en directo.Ya en la cancha (en la arena) flotaba un magnetismo poderoso. En cuanto encargue mis cosas en la enramada más alejada de la tropa capitalina, la piel de arena me jaló como un pujante magneto. Me puse a caminar entre los cuerpos como si estuviera dentro de un tianguis corporal: por este lado los melones de las rubias argentinas resplandecían más apetitosos. En este otro se notaba por la sonrisa pícara de un mulato que había tomates en oferta (no gracias!). Yo parecía un indeciso marchante que inspeccionaba, comparaba y volvía a comparar. Entré en una especie de estado hipnótico, jamás había contemplado tantos conejitos juntos, algunos rubios, negros, pelirrojos, rasurados... me di cuenta de que afeitarse el bello púbico es una moda bastante difundida entre la comunidad europea.

Llegué al estado de pirinola, vueltas y vueltas d un lado a otro. Algo adentro de mi me dijo: guey, un poco de discreción! La ansiedad suele estar enemistada con el sex apeal. Decidí hacer un break. Fui por mi toalla y me dispuse a juguetear con los bongoes mientras me bronceaba cerca de los soles que recorrían la playa. Me instale cerca de tres musas imperfectibles, pronto noté como mi libido me arrebataba la batuta y el ritmo fue fluyendo cada vez más encendido. Las musas volteaban a verme y comenzaron a seguir el compás con nerviosos movimientos de sus pies. Mágico, en cuanto volví a abrir los ojos descubrí que una nena se había ido a sentar a mi lado. No era tan despampanante como el angelical trío de la derecha pero me estaba regalando la sonrisa más bella que recuerdo. Por su piel tan blanca imagine que venía de lejos, de algún gélido país donde las percusiones latinas resultaban un rotundo exotismo. Terminé la rola y le sonreí también. Kaif, me dijo con las pupilas brillantes. Comprendí que la música y la buena vibra son un lenguaje universal. Natassha es rusa, no habla una sola palabra de inglés por fobia natural y menos español. Se notaba que estaba fascinada con un mar que sentía ardiendo. No hicimos amigos mediante gestos y señas. Aprendí que Kaif es el equivalente a chido y esa noche después de bailar en torno al fuego aprendí que sexo se dice Traj.

Mi estrategia fue simple, cuando nos alejamos de la mano, hasta allá donde el fósforo que acarrea la espuma se asemeja al firmamento estrellado, me ofrecí a darle un masaje. Con detenimiento encontré una a una sus zonas erógenas, los soviets de su placer. Por primera vez mi ligue no se basó en el rollo. Bien dicen que choro mata carita, y acelera las cosas, pero el irme ganando el primer beso con pura expresión corporal, sin prisas, fue sublime. La tensión del silencio multiplicaba la aventura, el masaje se fue sincerando y se manifestó como francas caricias. Sus vértebras se convirtieron en el teclado donde improvisé la embriagante melodía que culminó en el sutil acorde de nuestras lenguas entrelazadas.

La luna como sol de medianoche, a doscientos metros la última fogata se veía como una estrella copulando con la bahía. Estábamos doblemente desnudos, sin prendas y libres del corsé de las palabras.

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